El letrero que enmarca las puertas del altar a la Santa Muerte advierte a miles de peregrinos que es inútil temer. La Niña Blanca, como la llaman, llegará a cada quien cuando debe. El viaje al altar de Alfarerías, en Tepito, comenzó desde las nueve de la mañana del martes 1 de junio. Calles y avenidas aledañas esperaban mudas y pestilentes a los camiones recolectores de basura, pero ese día el calor alimentó algo más que olores pútridos: la persistencia de un rumor sobre la desaparición de niños en el barrio.
Las manifestaciones callejeras de esa noche no eran previsibles. Los medios de comunicación difundieron cómo un grupo de jóvenes salió en motonetas para protestar por el robo de menores de edad en la zona. Con las motos bloquearon el cruce de Eje 1 y avenida del Trabajo. Pero esa mañana la calma reinaba en Tepito, al igual que todos los días primero de cada mes, cuando el Barrio Bravo hace tregua para recibir a los fieles que acuden al altar de mayor tradición en el culto a la Santa Muerte.
Las mochilas al pecho son un ícono de respeto; todos saben que guardan a la reina de esas fiestas. Decenas de personas cargan en ellas su imagen de la Santa Muerte, llegan en Metro, pesero o caminando desde unidades habitacionales o vecindades cercanas. Su devoción y manda es recibida con el canto de mariachi: a la santísima muerte, muchos andan tratándola mal, es bueno que se defiendan, pero no es bueno abusar, la muerte es muy vengativa, contigo puede empezar. El son mexicano también sirve para deleitar a la muerte, que muestra a sus pies las ofrendas del peregrino: puros, tabaco, cerveza, manzanas, dinero.
La edad o el género se vuelven uno en Alfarerías 12, en donde la muerte gobierna sin miedo desde su altar. Los fieles acuden para entregar sus diferencias mundanas a la representación del único destino cierto e igual para todos los humanos. El nivel socioeconómico es un elemento común en los asistentes a esta celebración, aunque la muerte es coqueta y se resiste a la clasificación: a veces llega de cartón con brillantina para dar realce a la forma negra e indefinida de su capucha. O va vestida de quinceañera, con cabellos rubios y rizados. En algunas otras imágenes se parece a Jesucristo, vestida de túnica blanca, con la calavera suavizada por ligeros rizos.
Toda muerte agradece de igual manera el rocío del incienso, la mariguana o el alcohol, que los dulces o el pan. En las banquetas los asistentes buscan la sombra que los cubrirá todo el día, hasta después de las siete, una vez terminado el rosario. Tienden su altar, ponen la muerte en un tablón de madera, sostenido por botes de plástico o rejas de Coca-Cola; cubren sus imágenes con chaquira, lentejuelas, flores y dulces, ofrendas que los transeúntes van haciendo más vastas. Los que no encuentran algún rincón apropiado deambulan con la muerte cargada en brazos. Niños y niñas se acercan cargando muertes diminutas a los altares improvisados para pedir y dar regalos en un intercambio de fe.
La muerte es caprichosa y bajo su amparo los fieles no temen hacer público su gusto por las cosas mundanas de la vida. A pesar de los llamados de atención de la administradora del altar, conocida como Queta, muchos jóvenes esperan a las puertas de la Santa activando con solvente. Siguen con devoción a la Santa Muerte sin dejar su fe cristiana, aunque muchos no acuden a iglesia alguna. Tampoco van a misa ni confiesan sus pecados al cura, no dan limosnas ni diezmos, sólo atienden al llamado de la Niña Blanca. Y es que entre la muerte y sus seguidores en la tierra ninguna institución goza de legitimidad para intermediar.
Culto de cada día primero de mes
Sin embargo, la asistencia al altar de Alfarerías se ha vuelto para muchos una costumbre religiosa del primer día de cada mes, sin importar la rabiosa oposición de los ministros de otros cultos, como el católico.
En el puesto de comida de la calle Panaderos se preparan las mejores migas cercanas a la Santa Muerte de Alfarerías. El bolillo da consistencia espesa al caldo, y el hueso de cerdo pone el sabor. Al gusto de cada quien, este tradicional caldo tepiteño se puede servir con limón, orégano, chile cascabel y epazote. Pero más allá del gusto particular del comensal, en este puesto de comida con 30 años de historia compartida por el barrio las preocupaciones son colectivas.
“Ayer vinieron a poner unas pancartas aquí, nada más les pedí que las pusieran más arriba para evitar que las arranquen. Decían que hay que tener cuidado porque están robando niños. Yo no creo, para mí que va a pasar algo y quieren distraer nuestra atención”, comentaba la jefa del puesto. Después, la oradora dejó en claro que se refería al gobierno, ¿cuál gobierno?, no lo dijo, pero la desconfianza de los lugareños por el mundo exterior parece hacer pocas diferencias.
“Tengo un hijo drogadicto que me dice: ¿Usted cree en la Santa Muerte? No, hijo, yo tengo lo que me dejaron mis padres, que dice que soy católica, aunque en estos días, ¿quién es católico? Nadie. Pero eso sí, si tú te compusieras, yo me iría hincada hasta allá, a la Santa Muerte, valiéndome todo”, relataba la mujer de más de 60 años. La fe de Tepito es compartida por miles de personas alrededor del país. La Santa Muerte tiene más de 700 altares en el Distrito Federal, su culto se ha extendido a estados como Hidalgo, Michoacán, Zacatecas y México.
Y es que la Santísima Muerte no pide nada, la virtud no es intermediaria entre sus seguidores y ella, como lo es para quienes guardan devoción a santos o ángeles, en sí, representaciones de pureza o valor. La muerte se niega a dar trato preferente al repartir sus afectos. Los rezos de sus devotos lo reconocen y llaman justicia a la igualdad con que entrega su amor: “Santísima muerte, creo en ti porque sé que eres justa, lo mismo te llevas a un joven que a un viejo, a un rico o que a un pobre”. La muerte no pide temor, la muerte es enviada por el Dios de los cristianos para cuidar de sus hijos, “para ayudar, servir y proteger”.
El rosario ha sido convocado a las cinco de la tarde como cada mes. A una hora de dar comienzo, poco a poco la calle se atiborra de gente hasta que caminar parece cuestión de vida o muerte. Todo se paraliza lentamente, las “mandas” de rodillas hasta el altar deberán esperar para el termino de la oración colectiva, un rosario similar al católico, compuesto por Ave María, Padre Nuestro y variaciones de rezos a la Santa Muerte.
El martes 1 de junio, los asistentes al altar de la Santa Muerte rezaron a coro los misterios dolorosos. Pero ni la similitud con el culto católico le ha servido a la Niña Blanca para tener reconocimiento del Estado mexicano. La Secretaría de Gobernación se niega a registrar cualquier asociación religiosa que promueva su culto. No obstante, mientras los fieles a la Santa Muerte alcanzaban el momento cumbre de su ritual, en otro extremo del país, en Ciudad Juárez, el encargado de los asuntos religiosos en México, Fernando Gómez Mont, titular de Gobernación, daba explicaciones iracundas a los medios de comunicación sobre los 40 mil muertos que ha cobrado la guerra contra el narcotráfico.
Eran casi las cinco de la tarde y los fieles a la Santa Muerte elevaban sus plegarias al cielo. A la muerte le gusta oír lo que a pocos importa. “La visita de María Santísima a Santa Isabel. Este misterio te lo vamos a ofrecer, Santísima Muerte, por todos aquellos que andan en el vicio, por los de los anexos, en los reclusorios, por todos los niños de la calle, para que los mires con ojos de misericordia”, oraban a una sola voz cientos de fieles reunidos en el barrio de Tepito.
Los presentes también elevaron sus rezos para pedir abogados honestos y jueces justos en el camino. El trabajo y la salud fueron otros bienes solicitados con fervor. Y al igual que los adultos, decenas de niños rezaban con devoción. En estos momentos, todo mundo dejó los placeres mundanos que acompañaron la mañana cerca de la Santa Muerte, para concentrarse en su culto. El mundo exterior desapareció, los rostros tristes o alterados por las sustancias que consumieron durante la espera se convirtieron en expresiones de ruego. “Hermana blanca, dame una esperanza de 24 horas, aparta de mi la tristeza y no la entregues a ningún otro. Planta en mi corazón la semilla del amor para que mi vida sea de abundantes y ricas cosechas”.
Esa tarde del 1 de junio no había desencanto, sólo fe y un sentido de comunidad que se manifestaba entrelazando las manos y cerrando los ojos, con la confianza ciega del que se encuentra a salvo, en casa. El rumor sobre el robo de niños en Tepito, que fue centro de las conversaciones durante todo el día, quedó opacado por el éxtasis religioso del momento. Lo más importante era creer en la nada que es la muerte.
“Santísima Muerte, creo en ti porque seguro estoy que algún día nos veremos. Por eso y más prefiero estar en ti y no contra ti, y así me puedas dar una muerte santa, gracias, mi Niña Blanca”. Así oraban familias enteras que agradecían el oído fiel e incondicional de la Santísima, mientras el dirigente del rosario pedía, micrófono en mano, elevar las imágenes de la Santa Muerte al cielo para que fueran bendecidas directamente por Dios. Sin intermediarios, daban gracias al “Señor” por permitir el culto a la muerte.
“Hermanitos, podemos ir abriendo los ojos”, anunciaba el orador para advertir el fin del rezo. Entonces, con voz fuerte y convincente comenzó a dar lectura a un pasaje sobre el significado de la Santa Muerte, el cual ponía distancia entre ella y el demonio, entre su culto y cualquier rito satánico.
Al terminar, el dirigente del rosario pasó el micrófono a Queta, la administradora del altar de Alfarerías, quien comenzó a pedir a los fieles que se fueran a casa, que avanzaran para abrir paso a aquellos devotos que deseaban hacer su “manda” de rodillas hasta el altar. La masa de actitud pastosa, sumida en el letargo provocado por el calor y la euforia espiritual, comenzó a moverse con lentitud, cada cual con extremo cuidado para no estropear sus imágenes de la Niña Blanca. Mientras, Queta advertía en el micrófono que cuidaran bien a los niños. Así, otra vez, después del éxtasis del espíritu, el rumor del robo de niños volvió a ser el centro de las preocupaciones mundanas en Tepito.
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